La demanda por fraude a Goldman Sachs inicia una segunda etapa en la configuración del nuevo sistema financiero internacional. La primera consistía simplemente en salvarlo del desastre. Independientemente de su resolución, el hecho es que las entidades financieras se han movido siempre en un terreno en el que los conflictos de interés de las operaciones estaban escasamente controlados y, en definitiva, las cuentas de resultados de las entidades financieras estaban excesivamente ligadas a los intereses de la entidad y no a los del cliente final que recibía el servicio de inversión contratado.

No consistía tanto en aumentar el beneficio a medida que los clientes ganaban en servicio, sino en elevar el beneficio con o sin el cliente.

En el área de servicios de inversión, los clientes descontentos salían desilusionados a otra entidad financiera que presentaba los mismos conflictos de interés, por lo que recibían un trato parecido en cuanto al servicio de inversión contratado. Se entraba en un círculo vicioso costoso y poco rentable para el cliente e inocuo para los intereses de la banca, pues la salida de uno se compensa con la entrada de otro cliente descontento de otra entidad.

Freno a los problemas

El próximo paso en el desarrollo del sistema financiero es reducir estos conflictos y eso exige mayor especialización y profesionalización del sector. El efecto será un adelgazamiento de las estructuras financieras que reducirán los costes fijos de las entidades prestadoras de servicios de inversión.

La rentabilidad del negocio financiero procederá por un descenso de los costes, y esto podrá implicar la delegación de funciones en otras entidades más eficientes y en el alza de los ingresos por la mejora de la calidad en el servicio prestado.

Esta regla no es nueva y, de hecho, ya se ha puesto en práctica cuando entidades financieras españolas han delegado la gestión de fondos de determinadas áreas geográficas a entidades de gestión especializadas en esa región o cuando se ha admitido la arquitectura abierta para suplir falta de capacidad en áreas concretas de gestión.

Los cambios en el área de gestión de las entidades se establecían por el mero desarrollo del mercado financiero. La demanda lo pedía y la oferta disponía de los medios tecnológicos para poder ofrecerlo. Así, las prácticas antiguas se han sustituido por otras mejores a medida que la tecnología permite alcanzar mejores opciones para el cliente final, y esto permite pensar que en la mayoría de los casos en los que existen conflictos de interés, la buena fe de la entidad prevalece frente a cualquier otro argumento.

El problema es que los cambios que se vislumbran suponen una transformación radical del sistema financiero, y esto supone sangre, sudor y lágrimas para los miembros que conformamos el sector financiero.

Artículo publicado en El Economista el 20 de abril de 2010