Hace un par de semanas un seguidor en Twitter me decía: “debería volver a adoptar su visión de crash 87 del año pasado”. Prometí responderle aquí.
Para hablar de semejante tema, lo primero que hay que hacer es ponerse de acuerdo sobre que se entiende por “crash” o por sus dos acepciones en español, “crac” y “crack”, ambas admitidas por la Real Academia Española como derivadas del inglés “crash” y con esta definición: “caída repentina e intensa de los mercados financieros”. A esto yo le añadiría un elemento de sorpresa que hace que el concepto de crac se dé la mano con el de “cisne negro”.
De modo que la bajada del índice de Bolsa de EEUU S&P 500 durante el último trimestre de 2018 no sería un crac ya que no fue repentina, por más que hubiera algún día que pareciera que iba terminar siéndolo.
Algo más parecido a un crac fue lo que ocurrió a finales de enero y comienzos de febrero, también de 2018, por la magnitud que alcanzaron las pérdidas diarias en un par de ocasiones (superiores al 4% en el mismo día). Podríamos hablar de mini-cracs o micro-cracs en esos casos.
La caída de las Bolsas en China ayer podrían conceptuarse como “mini-crac” por lo rápido del descenso, aunque le falta el factor sorpresa pues desde la tarde del día anterior ya se sabía lo que iba a suceder.
Pero crac, crac, lo que se dice crac, en la Bolsa americana solo ha habido dos: el de 1929 y el de 1987 en los que el índice Dow Jones Industrial cayó 13% y 22%, respectivamente en un mismo día.
Además, se ha producido algún “mini-crac”, como el de octubre de 1989, con una caída para el Dow Jones del 7% de máximo a mínimo intradiario.
Cuando estos años atrás yo hablaba de la posibilidad de un crac de Bolsa siempre dejaba claro que los cracs eran sucesos muy improbables, por un lado, e imposibles de predecir, por otro. Y añadía que con todo y con eso, la probabilidad de un crac había aumentado.
Basaba esa afirmación en la comparación (que se puede ver en el gráfico de hoy) entre los cuatro últimos años (2015-2019) y los cuatro últimos de la década de 1980 (1986-1990). Según esa comparación, parecía que en 2016 habíamos entrado en lo que podría llamarse (exagerando) la “era de los cracs” pues, en el período comparado de los 1980s, y en un plazo de un par de años, se habían concentrado un crac (octubre de 1987) y un minicrac (octubre de 1989). Como puede apreciarse en el gráfico, en la comparación podemos ver los años 2015-2016 enfrente de 1987 y febrero de 2018 enfrente de octubre de 1989.
En ambos casos recientes, 2015-2016 y febrero de 2018, se produjo una fuerte inestabilidad que se resolvió horizontal y no verticalmente. Es decir, en 2015-2016 no hubo ningún crac, pero sí un estancamiento del índice S&P 500 durante casi dos años (y sendas caídas paulatinas del 14% y del 12%) de modo que la duración de la situación inestable vino a ser equivalente a lo que, en 1987, tardó el S&P 500 en subir y después caer abruptamente.
En febrero de 2018 la inestabilidad fue mucho más parecida a la de octubre 1989 aunque sin ninguna caída de la misma magnitud, pero sí varias de dimensión apreciable (-4,6% de máximo a mínimo un día y -4,23% otro).
¿Qué es lo que asemejaba tanto la situación de 2015-2016 a la de 1986-1987? La recesión que se produjo en ambos casos en los beneficios empresariales; el empeoramiento de la productividad, la caída del precio de las materias primas y la fortísima apreciación del dólar primero y su depreciación después. También las fuertes tensiones comerciales de EEUU con Japón y Alemania en los 1980s y con China recientemente. De ahí que se pudiera pensar que estaban dadas las condiciones para que se produjese un crac como entonces.
En 2018 la situación había cambiado: se había evitado una recesión generalizada en 2017 (como se evitó en 1988) pero las condiciones recordaban a las de 1989, lo que vino a confirmarse por esa serie de mini cracs de los meses de enero y febrero. Después ya todo ha recordado a 1990, con los movimientos de Bolsas, petróleo, metales industriales, etc. incluidos. Como a partir de 1990 ya no se produjeron cracs que hayan pasado a la historia por su magnitud, se supone que podía quitarse de encima de la mesa la perspectiva de un crac: los que podrían haber sido cracs, se habían resuelto con movimientos laterales de las Bolsas.
¿Quiere decir esto que un crac futuro es algo impensable? No. Sin embargo, mientras las condiciones de beneficios empresariales, tipos de interés, cotización del dólar, etc. no recuerden a las de 1987 o 1989 no habrá una base para pensar que pueda repetirse un crac. De forma que, si se produjera uno en los próximos meses, sería difícil haberlo podido predecir con el método del chartismo histórico.
Hace unos meses los beneficios empresariales del trimestre pasado tenían todo el aspecto de que iban entrar en una etapa de contracción (“recesión de resultados”) que pudiera haber prestado una base al argumento de que pudiera producirse un crac, pero, con los datos publicados hasta ahora, parece que finalmente van a ser positivos: +0,9% en tasa anual (se esperaba -2% a comienzos de abril) según la estimación de Refinitiv del viernes pasado.
N.B. En los últimos años se ha introducido en el lenguaje financiero una nueva expresión: “flash-crash” o “crac súbito”. Suele aplicarse a caídas repentinas de las cotizaciones de las que el activo que las sufre se recupera rápidamente y que no suelen tener mayores consecuencias. Ejemplos de ello son el “flash-crash” del DJI el 6 de mayo de 2010 (cayó 9% en cuestión de minutos) o el de la libra esterlina en la madrugada europea del día 7 de octubre de 2016, cuando cayó 9% igualmente en cuestión de segundos.