El Genio del Año favorece el ciclo de las estaciones y de las cosechas. Es una fuerza divina que engendra, produce y conserva todo lo que vive y evoluciona. Vivimos en un orden cíclico en el que las maneras y formas de defender las fuerzas de mercado se repiten de forma regular. No es despotismo ilustrado, pero se parece. La actitud de los líderes mundiales para intervenir en lo que ellos entienden que es bueno para el pueblo, pero que finalmente se realiza sin el pueblo, genera impedimentos para avanzar hacia una sociedad con mejor distribución de la renta.

Las medidas proteccionistas anunciadas por el gobierno americano buscan aumentar la producción doméstica, mejorar su relación real de intercambio con el resto del mundo y tener, por efecto directo, una mejora en las arcas del estado. Sin embargo, tal como se repite en el tiempo, las medidas proteccionistas conducen a una respuesta natural de sus oponentes, iniciando una guerra comercial abierta que, finalmente, concluye cuando la ineficiencia provocada en la economía termina afectando no solo al nivel general de precios, sino también a los beneficios de las empresas, a la producción, al empleo y, en definitiva, al crecimiento potencial de los países. Para entonces, volverá una generación de líderes que apuesten de nuevo por la apertura al comercio global.

La constante intervención de las autoridades con políticas tradicionales muestra un cierto grado de pérdida de horizonte en el fomento de un crecimiento sostenible en el tiempo.  Entre muchos efectos, el carácter ultraexpansivo de la política monetaria ha distorsionado el precio del dinero y la medición del riesgo inherente en las operaciones financieras, el excesivo endeudamiento ha puesto en duda la sostenibilidad de parte de las estructuras propias del estado del bienestar y, ahora, la vuelta al proteccionismo de la principal economía mundial, ha señalado la enorme debilidad existente en los países para afrontar los  cambios estructurales necesarios en una economía global y abierta.

Las exigencias en los cambios de estructura suelen tener mayor efecto en las grandes corporaciones, independientemente del sector considerado. Los grandes lobbies tienen la función de preservar sus intereses, por lo que, intentos de aplicar nuevos horizontes, terminan con grandes mensajes en favor del pueblo, pero sin el pueblo, o, en otras palabras, en defensa de los poderes absolutos.

Un ejemplo claro en nuestro país ha sido la lucha durante una década por el establecimiento de nuevas reglas de juego en la prestación de los servicios de inversión por parte de las entidades financieras que, finalmente, gracias a los lobbies pertinentes, han enmarañado una norma que simplemente pedía transparencia y eficiencia. Otro ejemplo más directo es la opción que tienen las grandes corporaciones europeas para financiar sus propias ineficiencias con dinero del Banco Central Europeo.

En contra de lo que pueda esperarse, estas medidas intervencionistas retrasan los cambios de estructura necesarios para jugar la partida del siglo XXI. Una partida que debería desarrollarse en un entorno de menos protección a lo que es grande y pesado y más estimulante para nodos pequeños y medianos generadores de riqueza. Parecería razonable, tras dieciocho años de siglo y mucha paciencia, pedir que se vuelva al concepto básico de la división del trabajo y la especialización. Frente a la intervención constante e ineficiente, existe un modo de crecer más uniforme consistente en la especialización que permite un excedente que financia nueva especialización.  Solo estaremos repitiendo ciclo.