Asistimos al nacimiento de un nuevo modelo económico. Desde 2008, el sistema económico ha subsistido gracias al desarrollo de una ingeniería financiera que ha permitido el crecimiento desorbitado de los balances de los bancos centrales y un crecimiento extraordinario de volumen de deuda privada y deuda soberana. Desde el análisis de la vertiente productiva de los países, el fin del modelo del siglo XX ha dejado una red de empresas zombis no productivas y un tejido de pequeñas y medianas empresas destrozado por la constante presión de un sistema público cada vez menos eficiente y más demandante de recursos del sector privado.
Independientemente del debate sector público – sector privado, lo cierto es que el desencadenamiento de la crisis sanitaria por el covid19 ha pillado por sorpresa a un sistema que vivía muy complaciente con su modelo agotado, y ha quedado expuesto a todos los riegos que supone afrontar un cambio estructural de gran calado, en el entorno económico, político y social. La respuesta inicial supone tomar de nuevo el recurso al endeudamiento masivo y al apoyo cuantitativo de los bancos centrales: Nada nuevo, ni nada distinto a lo que se está aplicando de forma regular desde la crisis financiera.
Nos encontramos ante una crisis de oferta que ha derivado en una crisis de demanda. El derrumbe de la cadena de generación de valor tiene una consecuencia muy relevante: Nada va a ser igual. La cadena de valor anterior a la crisis convivía con ciertos desequilibrios que se mantenían estables gracias a los apoyos públicos de ingeniería económica y financiera. Con el cierre de la economía y con el proceso posterior de apertura por fases, la cadena de producción no volverá a su posición inicial, pues muchos de sus elementos habrán desaparecido. Los inputs “rémora”, porque ya no tienen cabida en este mundo, y algunos inputs de “calidad” tampoco tendrán sitio, pues están en una fase pionera. Por inputs rémora podemos entender los costes de empleados improductivos en horas dedicadas al trabajo, o los costes de alquileres de espacios o los costes de una estructura engordada por vicio o costumbre. Por inputs de calidad, que también pueden desaparecer, entendemos aquellos hitos de transformación digital y tecnológica que son muy intensivos en capital físico y humano y que mantienen unos precios que, hoy en día, van a resultar difíciles de pagar.
Este nuevo entorno va a requerir un espacio de tiempo más amplio para su desarrollo, mucho más extenso que el simple escenario de vuelta en V. Lo razonable sería pensar que un cambio de modos de hacer y comportarse lleve tiempo de instalación y consolidación para poder obtener los primeros resultados.
Seguro que todo ello nos empujará a un mejor escenario en calidad social, medioambiental y distributivo de recursos, pero conllevará esfuerzo y dedicación. Si pudiéramos aprovechar los cambios que nos llegan por obligación, podríamos empezar una nueva etapa de oportunidad.