No hay más que descontar. Hemos vivido un mercado financiero dirigido por las políticas económicas de demanda y con claro tinte keynesiano. La vida es una suma de cortos y a largo plazo todos muertos. La complacencia es tal que desde distintos ámbitos se ha llegado a defender que los países no quiebran o que son los mercados financieros los que marcan los indicadores necesarios para establecer los objetivos de política económica. Si existe algún elemento que distorsiona las expectativas de un buen crecimiento, no hay problema, pues desde las autoridades económicas se puede promover mayor gasto, una rebaja de impuestos o una represión financiera a los ahorradores mediante el mantenimiento de tipos de interés cero. Lo importante es que los índices muestren estabilidad y efecto riqueza entre los inversores.

El problema es que esto podría ser cierto si se actúa en paralelo contra los grandes problemas estructurales como son, los modelos productivos obsoletos de muchas empresas de gran capitalización, la falta de productividad de una sociedad envejecida, los costes de mantenimiento de una sociedad poco flexible a cambios y la deficiente estructura organizativa centrada en un enredo normativo.

El experimento llevado a cabo por los bancos centrales durante una década tomaba en cuenta la existencia de un avance en paralelo del lado estructural de la economía. Sin embargo, esto no se ha llevado a cabo de forma rápida, en parte, debido al efecto secundario de las políticas monetarias desarrolladas. El helicóptero que reparte dinero sin ton ni son aniquila toda sensación de riesgo en la evaluación de proyectos y distorsiona el precio de equilibrio entre oferta y demanda. Si el riesgo se atenúa al máximo, los rendimientos esperados de cualquier inversión se reducen al máximo y si la demanda de inversión es alta, los activos o proyectos emitidos obtienen comprador sin excesiva dificultad. Cuando las tornas cambian, la sensación de riesgo es mayor y los tipos de interés suben, la sensación de estar equivocado con la inversión aumenta y la sensibilidad a un cambio de escenario se estira como uno un tirachinas. En esta situación, las miradas vuelven a los bancos centrales en la esperanza de un nuevo número de magia que consiga trasladar confianza en los mercados. Si las emisiones de deuda compradas no son tan seguras como parecía o los rendimientos que ofrecían están muy distantes de los que deberían ofrecer, entonces, se podría deducir que las empresas no estarían tan bien como debería desprenderse por el precio en que cotizan. Si esto ocurre en la parte de la renta fija, entonces, el precio pagado por las acciones cotizadas, tampoco estarían en una zona segura.

Las políticas de demanda expansivas suelen terminar por agotamiento al comprobarse que los estímulos externos no generan crecimiento si éstos no son capaces de encender una corriente propia de expansión económica. Como parecería ser el caso en las nuevas predicciones económicas, si esta mecha no genera más crecimiento, el mero hecho de cerrar la fuente de impulso, generará una desaceleración o fin del ciclo de expansión.