La sorpresa entre inversores es alta.  Los mensajes a lo largo del año no contemplaban un derrumbe de las bolsas y menos en diciembre en periodo navideño. El golpe ha mandado a muchos gestores estrella al pozo de los desamparados. Lo que la complacencia regaló, desapareció en un instante. Lo peor es que en la foto finish de final de año todos han aparecido desubicados: los guapos y primeros en la clase han terminado los últimos y, estos, los feos, han aparecido en primer plano.

Muchos podrán pensar que lo vivido en diciembre es solo algo circunstancial: Los beneficios empresariales son fuertes y el crecimiento económico mundial en alza y estable. Si se atisbara alguna variable que pudiera debilitar la senda de avance de la economía, todavía tendríamos recursos para empujar el balón un poco más adelante. No nos olvidemos de China, que siempre puede encender otro programa “militar” de estimulo económico. Y mientras tanto, los inversores clientes, confiados en el mensaje de un sector financiero inundado con conflictos de interés y exponiendo la inversión a riesgos mucho más elevados de lo asumible por el perfil medio de inversión.

Se entiende que la confusión sea alta, especialmente cuando el gas inerte de la monetización ha impregnado durante tantos años la sala de operaciones. Una política que es ya un arte de ingeniería financiera destinado a estimular la actividad económica de los agentes económicos que intervienen en la sociedad sin tener que realizar ninguna reforma estructural. Se emite dinero, se dejan los tipos de interés a cero, salvamos sectores que están obsoletos y dejamos que pase el tiempo a ver que pasa.  Con más dinero, las variables calculadas con datos nominales aumentan y desprenden una mejora económica.  Sin embargo, las variables reales siguen intactas, sin reforme y sin mejora.

El año que empieza pondrá en la mesa la necesidad de actuar claramente en reestructuración de una economía que todavía vive con modelos del siglo XX.